El crecimiento de la ciudad de Murcia devora de manera espontánea y desordenada el tejido cultivado de la huerta que la rodea. Su rica estructura de acequias, molinos y norias se desdibuja y desaparece paulatinamente.
La mota del río, nacida para proteger la ciudad y la huerta de las avenidas que anualmente la inundaban, ha sido convertida recientemente en carril bici. Este sendero deportivo está propiciando un sorprendente reencuentro de los ciudadanos con un paisaje que daban por muerto. Por este camino silencioso acceden fascinados a una huerta profunda, rica, poco urbanizada, retirada de las carreteras y pedanías que en su día guardaron prudente distancia respecto del cauce huyendo de sus crecidas.
Desgraciadamente, un tramo de este paseo se convertido en urbanizable por la proximidad de una carretera desde la que se accede a parcelas para las que el río se convertirá en fachada “trasera”. Esta vivienda es la primera en instalarse sobre dichas parcelas.