Manifiesto retroactivo para una arquitectura centrífuga
– Historia de 4 viviendas unifamiliares entre medianeras en La Ñora –
Publicado en Pasajes de Arquitectura y Crítica nº109
Nuestra casa tenía encima una azotea inmensa, vacía, que servía para tender la ropa o mirar al reloj de la iglesia, una parte de ella estaba ocupada por un barracón con cubierta de uralita y paredes sin enlucir en las que nunca se habían llegado a colocar las ventanas. En éste criaban gallinas, conejos y palomas no sé si mis padres, mis tíos, o mi abuela, que vivía debajo de nosotros, en el estanco. Cuando pasábamos por delante de su ventana nos agachábamos para no acabar comprando una cabeza de ajos o un manojo de perejil en la tienda de la Julia. El patio lo ocupaban mis otros tíos con una apisonadora, dos remolques, otros dos mercedes, quizá una honda, una ossa y hasta una bugatti, todo a medio reparar o, más bien, a medio desguazar.
Las calles y las casas se superponían a veces como lo harían dos espacios traslúcidos. Algunas mujeres mayores fregaban la acera, supongo que por la costumbre de refrescarlas y fijar el polvo cuando aún eran de tierra; los demás dormíamos aprovechando el relente, con el fútbol detrás de las rejas en una tele del revés. Ni que decir tiene que las comuniones, los bautizos y las bodas, se celebraban en los patios y las plantas bajas; y que algo parecido a los partidos entre pandillas, las madrugadas de los auroros, y la elección de la reina de las fiestas, iban encontrando su lugar en función de las posibilidades, o mejor, de la peculiaridad, con que las calles Mayores, del Rosario, del Chorrico, o Rinconá les seducían. En la esquina de la Plora unos pisos habían dejado un bajo comercial sin cerrar pero con el suelo estupendamente fratasado, era la única superficie del pueblo sobre la que podían emularse las estiradas del “Zubi”.
Hoy estas casas autoconstruidas que eran villas en las que todo cabía, son sustituidas por mini comunidades de 2 a 6 pisos de apartamentos traídos de las peores aglomeraciones de las ciudades más impersonales, mucho más mínimos aún en habitabilidad que en superficie. La ciudad, incapaz de gestionarse un crecimiento acorde a sus necesidades, y mucho menos a sus potencias culturales y naturales, nos arruina en su imprudente expansión, abusadora, destructora de maravillosos futuros de belleza y sentido común.
Hoy la desactivación programática y de significación de este tejido de núcleo de entorno rural –que no urbano-, amenaza con un horizonte de espacio público plano, de desamparo.
Intentando retrasar la desaparición de un ecosistema que, desde luego no es menos maravilloso que muchos otros, proponemos una arquitectura expansiva cuyas Condiciones Espaciales, que agruparemos de momento según lo sean “nucleares” o “de borde”, nos permitan recuperar el aliento, a partir de sendas maniobras de intensificación:
Para las condiciones espaciales de borde:
– Una arquitectura expansiva debe serlo en planta y en sección, proponiendo límites imprecisos, linderos negociados, vivos, gruesos, compartidos.
– Ningún sótano puede tener el tamaño de la planta baja, ninguna cubierta el de la anterior.
– Sólo incompleta o ampliada debemos aprender, a partir de ahora, a construir una casa.
Para las condiciones espaciales nucleares:
– Una arquitectura expansiva debe permitir renombrar los “lugares” de siempre, proponer programas ambiguos por exceso.
– Que el techo de un comedor sea una escalera que son unas ramas, y que el jardín sea un taller, y que por delante pase la Virgen del Paso que se gira ese año porque falta la Yaya.
Sólo en su contra debemos aprender, a partir de ahora, a dibujar una casa.